Una relación madura no está diseñada para funcionar sola. Todo vínculo que deja de nutrirse se debilita. En relaciones de larga duración es habitual que la rutina reemplace la conexión emocional y que la pareja conviva más como administradores del hogar que como compañeros afectivos.
El cerebro humano se adapta rápido: lo conocido se automatiza. Por eso, cuando desaparecen los estímulos nuevos, disminuye la dopamina, encargada de la motivación y el deseo.
Pero la buena noticia es que la neuroplasticidad permite reentrenar el vínculo. Cambiar patrones y generar nuevas experiencias activa nuevamente los circuitos emocionales que mantienen viva la relación.
El amor no muere: se queda dormido cuando dejamos de alimentarlo.
¿Qué cambio pequeño podrías hacer esta semana para sorprender a tu pareja emocionalmente?

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