En la era digital, el ghosting se ha vuelto una forma común —y peligrosa— de terminar vínculos. Pero, ¿qué hay realmente detrás de este comportamiento?
Desde la psiquiatría y la neurociencia, sabemos que el ser humano está biológicamente programado para el vínculo. Cuando una conexión se rompe de forma abrupta y sin explicación, el cerebro lo interpreta como una amenaza. Se activan regiones como la corteza cingulada anterior, relacionada con el dolor físico. Es decir, ser ignorado literalmente duele.
¿Por qué alguien recurre al ghosting? Desde la psicología clínica, las razones pueden variar: apego evitativo, miedo al conflicto, inmadurez emocional, o incluso rasgos de personalidad narcisista. El ghoster suele evitar enfrentarse a las emociones incómodas que implica decir "esto no va más".
Para quien lo sufre, el impacto puede ser profundo: ansiedad, rumiación mental, baja autoestima, desconfianza, y una sensación persistente de no ser suficiente. Es una forma de microtrauma relacional que deja huellas, aunque no siempre visibles.
La buena noticia: se puede sanar. Y el primer paso es entender que el ghosting dice más del otro que de uno mismo. El silencio de alguien no define tu valor. Tu sanación empieza cuando eliges cuidarte emocionalmente y cerrar con dignidad lo que el otro dejó abierto con cobardía.
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