En los talleres sobre habilidades blandas se hace hincapié en lo importante que es la gestión de emociones para el buen desempeño laboral, entendiendo por gestión emocional el saber reconocer las emociones, encontrar una manera de sentirlas y luego aprender de la situación que las detonó.
La inteligencia emocional se aprende en casa y son nuestros padres o figuras paternas los que nos enseñan a vivir y entender las emociones, con la colaboración en menor medida de amigos, maestros y entorno en general.
En las intervenciones de coaching, salen a relucir las habilidades blandas de los colaboradores y ocurre que siempre hay alguien que nadie entiende y el amigo de todos, ambos extremos que más que seguro se llevan muy mal entre ellos.
Varios autores convergen en la idea que el conocimiento y la experiencia se adquieren, pero la actitud es algo muy personal y solo modificable si el colaborador así lo desea.
Las personas pesimistas o las que viven en la queja, disminuyen su capacidad resolutiva, es decir que ven el problema en todo y no se enfocan en encontrar una salida. Buscan culpables, señalan y bloquean.
¿El pesimista puede cambiar? Si; siempre y cuándo quiera y haga un trabajo profundo en sus creencias limitantes y miedos propios; lo difícil es que entienda que ser pesimista no es lo mismo que ser realista y deje de justificar su actitud.
Existe el tóxico universal, o sea el quejumbroso pesimista con todos y por todo, sin embargo, hay el que siente aversión por un solo un tipo de persona o colaborador, que no sería tóxico propiamente dicho sino más bien intolerante a las diferencias.
Una persona con mala actitud para un equipo de alto rendimiento es como un auto con la llanta baja, es importante invertir en mejorar y si a pesar de ello no hay un cambio genuino, habrá que tomar decisiones drásticas. No podemos perjudicar al equipo por alguien que no quiere mejorar.
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