Pero también hay riesgo.
Pero también hay riesgo.
Sororidad es cambiar el “no me cae bien” por un “no la conozco, pero la respeto”.
Mucho más de lo que parece. Porque no solo nutrimos nuestro cuerpo con lo que comemos, sino con la intención con la que lo hacemos. Y esa intención está profundamente ligada con cómo nos sentimos con nosotras mismas.
Comer con culpa, ansiedad o desconexión no es solo un acto automático: es un reflejo de nuestra relación interna.
Durante años se nos enseñó que “comer bien” era seguir reglas estrictas, contar calorías, o evitar el placer. Pero ese enfoque muchas veces nace desde el control o la autoexigencia, no desde el amor.
Cuando nos alimentamos desde la culpa, entramos en un ciclo emocional agotador:
Me castigo por lo que comí.
Me prometo que mañana empiezo.
Vuelvo a caer.
Refuerzo la creencia de que “no puedo” o “soy débil”.
Y así, día tras día, minamos nuestra autoestima, drenamos nuestra energía y reforzamos una imagen de nosotras basada en el fracaso.
El amor propio cambia el enfoque: ya no comes para verte bien, comes para sentirte bien.
Escuchas tus señales internas.
Eliges alimentos que te nutren sin exigencia extrema.
Te das permiso para disfrutar y también para parar.
Te vuelves tu propia aliada, no tu juez.
Y entonces… tu energía cambia. Tu cuerpo responde. Tus emociones se regulan. Tu mente se ordena. Y lo más poderoso: tu percepción sobre vos misma se eleva.
Cuando comes con conciencia, algo sutil pero profundo se activa:
Tu digestión mejora porque no hay estrés ni tensión.
Tus niveles de energía se estabilizan porque te das lo que necesitas.
Tu diálogo interno se suaviza, y eso se traduce en más presencia, más foco y más bienestar.
Ya no te ves como alguien que “tiene que cambiar” sino como alguien que está en camino, que ya vale, que ya merece cuidarse.
“Te respeto. Te quiero. Y por eso te elijo esto.”
Porque cuando el amor propio guía tu alimentación, dejas de pelearte con la comida… y empiezas a reconciliarte contigo.
Haz una pausa antes de comer y pregúntate: ¿cómo me siento?
Come sin pantallas. Mira tu plato, respira, agradece.
Observa sin juicio: ¿comes para nutrirte o para tapar algo?
Escribe: ¿cómo cambiaría mi relación con la comida si me tratara con amor?
Nos reencontramos. Y al mirarnos, el tiempo no importó. El amor profundo, sereno, casi eterno, volvió a hacerse presente. No hubo reproches, solo una certeza callada: aún nos amamos.
Pero… ¿qué hacemos con ese amor?
Romper el hilo rojo no es olvidar. No es negar lo vivido. Tampoco es traicionar lo que sentimos. Romper el hilo rojo es, quizás, aceptar que ese amor cumplió su propósito, que dejó su huella, y que ahora toca transformarlo.
Aquí algunas reflexiones si estás en esta encrucijada emocional:
No estás mal por sentir amor. A veces, la vida no acomoda los tiempos como quisiéramos. Reconocerlo te permite tomar decisiones desde la claridad, no desde la confusión.
¿Es amor verdadero o es nostalgia? ¿Es deseo de lo que fue o necesidad de escapar de lo que hoy duele? Ser brutalmente honestos con nosotros mismos es clave.
El pasado nos construyó, pero el presente nos exige presencia. Si tu vida actual está elegida con amor y consciencia, cuídala. Romper el hilo puede ser un acto de lealtad a ti, a tu pareja, y al proceso que has construido.
Escribe una carta, quema una foto, camina por ese lugar donde se conocieron y agradece. No necesitas odio para soltar. A veces, el amor más grande es el que sabe decir adiós.
No estás sola/o. Hablar con alguien de confianza o un terapeuta puede ayudarte a ordenar emociones y tomar decisiones que honren tu paz.
El empoderamiento femenino es, en esencia, el acto de reconocer nuestro valor, nuestra voz y nuestra capacidad de decidir por nosotras mismas. Es dejar de vivir con miedo, culpa o permiso ajeno. Es aprender a decir “no”, a decir “sí”, a elegir nuestra vida sin pedir disculpas por ello.
El feminismo, en cambio, es un movimiento social y político que busca la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Ha sido fundamental para que hoy podamos votar, estudiar, trabajar y alzar la voz. Pero empoderarse no necesariamente significa militar una causa: también puede ser algo íntimo, personal, cotidiano.
Y no, empoderarnos no significa creernos mejores que los hombres. No se trata de reemplazar un sistema desigual con otro sistema desigual. No queremos dominar, queremos convivir. Queremos relaciones más sanas, trabajos más justos, espacios donde el respeto no dependa del género.
Porque no somos enemigas de los hombres. Somos diferentes, sí. Pero también complementarios. Y cuando aprendemos a reconocernos sin competir, sino colaborando, todos crecemos.
Empoderarse es mirarse al espejo sin miedo y decir: “Soy suficiente”. Y al mismo tiempo, mirar a los demás con respeto y entender que el poder no es para pisar… es para construir.
Se trata de matrimonios que no terminan oficialmente, pero tampoco funcionan emocionalmente. Personas que, en lugar de separarse, hacen una especie de tregua: tú tu vida, yo la mía, pero compartimos alquiler, cuidado de los hijos (si hay) y silencio cordial en la cocina. Afuera, cada quien tantea relaciones tibias, discretas, con el mismo entusiasmo con el que uno busca series nuevas: algo que entretenga pero no comprometa.
¿Es comodidad? ¿Miedo? ¿Estrategia económica? Probablemente, un poco de todo. Para algunos, es un pacto funcional: evitar dramas, conservar estabilidad. Para otros, es un limbo emocional que termina apagando cualquier deseo de reconstruirse.
Lo cierto es que esta tendencia refleja un nuevo tipo de relación: una donde el vínculo no se rompe, pero tampoco se cultiva. Se habita. Como un espacio neutral donde se evita la tormenta… pero también se renuncia al sol.
¿Estás conviviendo con alguien que ya no te mira igual? ¿Tu casa es un hogar… o una zona de tregua? Tal vez sea hora de preguntarte si estás compartiendo vida o solo espacio.
El dilema es que los años siguen pasando y te estás negando la oportunidad de vivir realmente, no de andar en la tibieza y si hay hijos, haciéndoles creer que un matrimonio es eso: dos personas que se toleran pero que no construyen ni se aman en realidad.
Hay decisiones que hay que tomar a veces renunciando a algo para conseguir una cosa mejor. El tiempo transcurre decidas lo que decidas pero no regresa.
Buscar trabajo después de los 50 puede sentirse como un reto, pero también puede ser una etapa llena de oportunidades y sabiduría acumulada. Así que comencé a investigar cómo hacer para andar motivada y ayudar a otras personas como yo, a seguir con ese espíritu aventurero de búsqueda constante y encontré información valiosa que quiero compartir.
Piensa en todo lo que sabes, lo que has vivido, y cómo eso te convierte en alguien valioso para cualquier empresa. Tienes habilidades que solo se consiguen con los años: resolución de problemas, manejo del estrés, liderazgo, empatía. En mi caso como ama de casa 18 años, administrar un hogar no es sencillo y se aprende muchísimo.
La actitud positiva es clave, y muchas veces se nota más que el currículum.
¿Para qué quieres volver al trabajo o cambiar de empleo? ¿Por necesidad, por pasión, por sentirte útil, por dejar una huella? Tener claro el motivo profundo te da fuerza cuando el proceso se vuelve lento o frustrante.
Tomar cursos, aprender nuevas herramientas o reforzar tu perfil digital (como LinkedIn) no solo mejora tus oportunidades, sino que te hace sentir más seguro. Y eso también se nota en las entrevistas.
Habla con personas que te inspiren, únete a grupos de networking, evita compararte con otros, cada uno tiene lo suyo. Sentirte acompañado en el proceso lo hace mucho más llevadero.
🚶 6. Haz algo cada día, por pequeño que sea
Un paso diario: revisar ofertas, ajustar tu CV, practicar una entrevista, contactar a alguien. La constancia es más poderosa que los grandes esfuerzos esporádicos.
Estás empezando con toda una vida de experiencia. ¡Eso es una ventaja enorme!
Entonces como dice sabiamente Wendy Ramos: "el momento perfecto lo creas tú".
Vamos para adelante.
La ansiedad no solo afecta nuestras emociones, también impacta directamente en la forma en que comemos. Cuando estamos ansiosos, nuestro cuerpo entra en un estado de alerta que puede alterar el apetito: algunas personas sienten la necesidad de comer más (especialmente alimentos ricos en azúcar o grasa), mientras que otras pierden el apetito por completo.
Identifica tus detonantes: ¿Comes por hambre real o por ansiedad? Haz una pausa antes de comer, toma agua (a veces confundimos hambre con sed).
Opta por alimentos que calman: Frutas, nueces, avena, chocolate amargo y té verde o de guaraná que ayudan a regular el estado de ánimo.
Establece rutinas: Comer a horas regulares y dormir bien ayuda a estabilizar cuerpo y mente. Haz ejercicios, sal a caminar.
Respira antes de comer: Una respiración profunda puede ayudarte a tomar decisiones más conscientes.
La relación entre ansiedad y alimentación es real y compleja. Escuchar a tu cuerpo y cuidar lo que comes puede ser un primer paso para sentirte mejor, por dentro y por fuera.
Una amiga me decía: "¡Qué estrés tener que mandar mensajes todos los días! y yo le respondí: "No sabes las veces que necesité contención, aliento o una luz y su mensaje me llenó de ello y estimuló mi mente a crear."
Así como nos encanta mandar memes y videos graciosos, que me gusta compartir también, tener vínculos motivadores y de amor recíproco es muy importante.
Dar un mensaje a alguien que cuando lo leíste te resonó y te dan ganas de compartir, hazlo, no tienes idea cómo puedes hacerle el día a alguien que quieres.
Todos estamos conectados, por algo apareció esa persona en tu mente, hazle caso a tu intuición, ella nunca se equivoca; mientras más cabeza le pones, menos te dejas sentir.
Piénsalo.
Las relaciones a distancia pueden parecer intensas, incluso mágicas. Hay algo idealizado en amar a alguien que no está cerca: la mente rel...