En los últimos años, la palabra “empoderamiento femenino” se ha vuelto parte de nuestro lenguaje diario. La vemos en campañas, en redes, en libros. Pero a veces se confunde con otras luchas, y vale la pena hacer una pausa para entender: ¿qué es empoderarse como mujer? ¿Y qué tiene que ver —o no— con el feminismo?
El empoderamiento femenino es, en esencia, el acto de reconocer nuestro valor, nuestra voz y nuestra capacidad de decidir por nosotras mismas. Es dejar de vivir con miedo, culpa o permiso ajeno. Es aprender a decir “no”, a decir “sí”, a elegir nuestra vida sin pedir disculpas por ello.
El feminismo, en cambio, es un movimiento social y político que busca la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Ha sido fundamental para que hoy podamos votar, estudiar, trabajar y alzar la voz. Pero empoderarse no necesariamente significa militar una causa: también puede ser algo íntimo, personal, cotidiano.
Y no, empoderarnos no significa creernos mejores que los hombres. No se trata de reemplazar un sistema desigual con otro sistema desigual. No queremos dominar, queremos convivir. Queremos relaciones más sanas, trabajos más justos, espacios donde el respeto no dependa del género.
Porque no somos enemigas de los hombres. Somos diferentes, sí. Pero también complementarios. Y cuando aprendemos a reconocernos sin competir, sino colaborando, todos crecemos.
Empoderarse es mirarse al espejo sin miedo y decir: “Soy suficiente”. Y al mismo tiempo, mirar a los demás con respeto y entender que el poder no es para pisar… es para construir.
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